¿QUIÉN OS CREIS QUE SOIS? YO OS ACUSO, Y LA LEY NATURAL OS CONDENA
Transcurridos 34 largos meses de distopía asesina de libertades, destructora de la alegría de vivir y trituradora de futuros, va siendo más que oportuno levantar la voz, todavía más, si cabe.
Informa Carlos De Lario
¿Desde cuándo, cualquier protocolo, norma o ley, sea cual sea, puede impunemente pisotear y violar la soberanía que emana del derecho natural de los seres vivos dotados de humanidad? La ley natural respeta y ampara la conciencia del ser y su naturaleza física, ambas dos cosas inseparablemente, y no cabe restricción a ello. Es común, y no es porque sí, que la concepción completamente falsa que se nos ha impuesto ―en el mundo occidental― sobre el ser humano, sea una concepción minimalista donde el ser queda degradado a ciudadano ―y ello en el mejor de los casos. Un ciudadano es, simplemente, una condición, un sujeto sometido a un contrato de aceptación de normas y leyes positivas. La ciudadanía acata la ley positiva escrita establecida, con los mecanismos, instancias y plazos que la propia ley establezca. Sin embargo, un ser humano en su completitud no es un ciudadano. No lo es, porque un ser humano es infinitamente más que un ciudadano.
Ni siquiera argumentos como que “las conquistas sociales y políticas posibilitaron el cambio de condición de siervos a ciudadanos”, puede justificar la aceptación agradecida y satisfecha de ver reducido al ser humano a un limitado y empequeñecido ciudadano.
La propia declaración universal de derechos humanos (DDH), tristemente, no es más que una simple propuesta de cumplimiento que, en casi todos ―de sus 30― puntos, hace referencia a derechos puramente “ciudadanos”, que debieran ser observados por las diferentes estructuras de poder. En realidad, no pone en valor al ser, tan solo pone en valor ―valor tasado― al ciudadano, en contraposición a la condición de siervo exento de derechos propios que es objeto y sujeto de legalidad.
El ciudadano es un nombre, una personalidad jurídica ―el punto 7 de la DDH incide en la pretensión de consolidar esta condición “ciudadana”―. La persona, para el derecho positivo, es una personalidad jurídica o no es nadie. Este hecho, contraria y paradójicamente a lo que se suele pensar ―y de lo que casi no se habla, o se soslaya, perversamente― es la clave del abuso consentido que sufre, legalmente, el ser. El abuso solo es posible cuando el ser queda reducido, voluntaria o tutelarmente, a persona jurídica, obteniendo, justamente, la supuesta “más alta gracia”, como si se diera cumplimiento a una anhelada culminación reivindicativa, cual sería, la condición de ciudadano. Sin embargo, es precisamente esa condición de ciudadano, lo que hace posible el doblegamiento legal del propio ciudadano y, por extensión impropia y criminal, el doblegamiento del ser.
Es decir, virtualmente, la cacareada condición “ganada” de ciudadanos, nos devuelve, por la puerta del engaño, a la antigua condición de siervos; con otra denominación y aparentes mejoras del marco legal, pero inservibles e inútiles, cuando, como ahora, las estructuras de gobierno deciden, con un poder omnímodo, esgrimiendo la ley a su antojo e interpretación, limitar los derechos “ciudadanos” de las personas jurídicas, hasta extremos insoportables, simplemente porque esos derechos encierran en sí mismos el derecho a ser limitados, cercenados, bajo la consideración de los gobernantes. Los ciudadanos, ignorante y/o ingenuamente, otorgan a sus gobernantes el derecho de jurisdicción sobre ellos, y no cabe esperar ―estúpidamente― que no lo ejerzan como consideren, llegando hasta donde quieran llegar, y pudiendo usar toda la fuerza bruta del poder para imponerse. El exceso ha llegado, incluso, al decreto de leyes obscenamente inconstitucionales de grosera ilegalidad, llevándose a cabo sin rubor, dejando bien a las claras el chulesco matonismo mafioso del gobierno, que tan dramáticamente nos desgobierna y tiraniza.
En los días que vivimos ―si a lo que vivimos se le puede llamar vivir―, la ética no es un valor individual, libre y responsable del ser; es, simplemente, una coyuntura ciudadano-colectivista impuesta, sujeta al cálculo gubernamental y, peor aún, a una agenda supra gubernamental, en la que no hay otro criterio que el decidido por la elite pensante, que titiritea los hilos del indigno guiñol presidencial, de sus peleles ministros y de los payasos virreyezuelos de las taifas regionales. De este modo, y como siempre, el ciudadano nada puede decidir, porque ni le toca, ni le ha tocado hacerlo nunca, y ni él mismo se plantea cosa distinta.
No hay otra salida a la situación actual, que devasta al ser humano, que abandonar la falsa ilusión que considera la ciudadanía como el valor supremo, cuando ni siquiera llega a tener valor como pusilánime resultado de un pragmático mal menor ―tan acorde con el éxito de la programación por largas décadas, que nos ha grabado a fuego que la democracia es lo máximo a lo que se puede aspirar―. ¡Trágico error! Un error de autodestrucción.
La democracia ―se ha repetido hasta el empalago― es el menos malo de los sistemas; y nos lo hemos creído. O sea, ni por un momento hemos puesto en cuestión la verdad de tal afirmación. ¡Pues yo digo que no!, que tal cosa es, simple y llanamente, una profecía autocumplida; es decir, un fracaso ya previsto y calculado, que se disfraza de logro parcial aceptable para auto justificarse, pero que enmascara un objetivo específico: limitar la grandeza y la libertad del ser humano, convirtiéndolo en un servil ciudadano acrítico, dispuesto a obedecer sumisamente al poder ególatra y sociópata que vive: a nuestra costa, depredando el fruto de nuestro trabajo, el esfuerzo de nuestros padres, y la pequeña herencia de nuestros hijos, y que exclusivamente mira por su beneficio, y que jamás miró, ni mirará, por el auténtico bienestar del cacareado ciudadano… cuanto menos por el ser.
Así que:
Enteraos, gobernantes locales, regionales, nacionales o transnacionales. Enteraos, políticos. Enteraos, asesores políticos. Enteraos, funcionarios burócratas. Enteraos, sindicalistas. Enteraos, militantes y simpatizantes políticos. Enteraos, partidistas ideológicos. Enteraos, votantes. Enteraos, comunicadores y periodistas. Enteraos, banqueros y grandes financieros e inversores. Enteraos, jueces, fiscales y juristas. Enteraos, policías, cuerpos de seguridad y militares. Enteraos médicos y sanitarios. Enteraos, ciudadanos cualesquiera. NADA hay en el dominio del hombre que pueda imponer una ley o una norma, que cercene cualquier libertad inherente al derecho que por nacimiento le corresponde a un ser humano. ¡Nada! ¿Queda claro? Y si nada lo puede, nadie tampoco.
Tal vez, la libertad se pueda pedir o, mejor debería decir, mendigar, desde la infra condición de ciudadano ―como gobernantes y lacayos del poder os esforzáis tanto en fomentar―; pero, desde la soberanía del ser, la libertad se ejerce, ni se pide, ni se mendiga, porque es enteramente propia, nunca ha sido vuestra, y jamás lo será. El ser es libre POR DERECHO DE NACIMIENTO y vosotros no sois nada, ni nadie, para disponer de nuestra libertad.
¿QUIÉN OS CREIS QUE SOIS? YO OS ACUSO, Y LA LEY NATURAL OS CONDENA.
DARÉIS CUENTA DE VUESTROS CRÍMENES, ANTES… O PEOR AÚN PARA VOSOTROS… DESPUÉS.