EL EMPUJE DE LA VERDAD

Se arremolina el huracán distópico en medio del que vivimos. Desde todas partes arrecian informaciones de nuevos conatos de guerra, legislaciones esclavistas, odio, enfermedad, y engaño. Sobre todo, engaño…

Y es que este infame proyecto infrahumano basa su construcción en una sarta de mentiras sostenidas en el tiempo mediante el puro artificio. Cada vez más ridículas, insostenibles.

Torpe base sobre la que asentar un sistema condenado a su propia autodestrucción.

Informa Javier Fernández

La vida siempre se abre paso entre las adversidades

Como un endeble castillo de naipes sustenta sus cimientos en lo irreal, y el coste que ello tiene es impresionante. Tan solo imaginemos el nivel de desgaste de sus principales actores.

Aquellos que portan el estandarte de miedo y mentira, reflejo de sus valores. Arponeando su alma y corazón, en un hara kiri suicida que los enajena. Dirigiéndose al vacío, presos de un automatismo mecanicista (transhumanismo) que defienden a ultranza.

Todo estaba descrito hace mucho…
Si tantas culturas a lo largo de la historia hablaron de que este momento llegaría, puede que revisando estas fuentes encontremos claves que nos hagan encontrar un sentido al sinsentido.

Y observar que remiten a ciclos naturales, a una manifestación como una onda que sube y baja, para tomar impulso y subir de nuevo. 

Recuerdo una frase que leí hace un tiempo: “Si quieres comprender el funcionamiento de la naturaleza, observa el mecanismo de tu respiración”.

Cuanta verdad en algo tan aparentemente sencillo… Inhala, integra, exhala… Forma, equilibrio, fuerza… etc…

Quizás observar este pequeño matiz nos brinde la ocasión de amplificar nuestra percepción, nuestro marco de realidad. Y con ello, ser cada uno los ojos de algo mucho más grande.

Vamos a abrir el gran angular y veamos la película con perspectiva. Detengamos el tiempo para escudriñar los matices del fotograma.

Separemos nuestra atención de la pantalla (literalmente) y respiremos por un momento.

Detente. Cierra los ojos. ¿Qué sientes? ¿Quién eres? ¿Dónde estás? ¿Qué puedes hacer para con tu propia realidad?

Quizás lo mejor sea otorgarte unos segundos de “no acción”. Unas gotas de “nada” durante breves instantes cada día, que te hagan separarte de este huracán autómata, de la inercia suicida que todo permea.

Y es que más allá de élites, de leyes absurdas, de tanto engaño ridículo… Se halla un nivel de conciencia profundamente distorsionado que arrolla todo a su paso. Pues ya se sabía que llegados a  los días finales de esta civilización sobrevenía un descontrol automático que alejaría al ser humano de la naturaleza, de su espíritu, de su esencia.

ME PREGUNTO SI LA MAYOR REBELDÍA PUDIERA PROCEDER DE LO MÁS SENCILLO.

De un dar la espalda a lo que se camufla bajo toneladas de dispersión.

Se supone que los seres humanos somos focos de atención y creación de realidad. No brindemos nuestra energía (lo que somos) a la distracción.

¿Puede parecer utópico? No lo creo. El equilibrio subyace al caos. Sembrémoslo desde dentro, y manifestemos una profunda humanidad. Incluso en momentos críticos. Especialmente en ellos.

Me viene a la mente la metáfora que un viejo amigo, experto en artes marciales, me dijo hace algún tiempo: “Los samurái son guerreros implacables, pero en su base se aposenta una profunda serenidad que los hace manejar la situación en cualquier contexto”.

Que nadie se lleve a equívocos. No llamo a la inactividad. La “no acción” a la que invito es un pequeño poso de silencio en el campo de batalla. Para recargar las pilas, para mirarnos al espejo y reflexionar. Para sentir dignidad, amor, y verdad con mayúsculas reflejada en nuestros ojos, y proyectada desde ellos.

Una verdad implacable que se abre paso entre el fuego cruzado de las mentiras estériles, y que gana potencia y razón de ser con cada hálito del engaño.

Ya no se trata de tenerla, se trata de encarnarla. De ser la verdad, y sentir el chispazo que se activa en el fondo de nuestro corazón, amplificando nuestra voz.

No hay afrenta más grande a lo inhumano, que ser HUMANO, con mayúsculas.

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