DOS AÑOS DESPUÉS, POR EVA ALONSO
Una tarde se me ocurrió volver a revisar artículos, archivos olvidados llenos de cosas escritas. Viejos cuentos y no tan viejos. Es increíble lo productiva que puede ser la creatividad en momentos de crisis.
Informa Eva Alonso
Con el paso del tiempo todo cambia de perspectiva. Es como cuando vuelves a ir a un museo y descubres nuevos detalles en ese cuadro que has visto mil veces y tanto te gusta. O cuando relees aquella novela que te impresionó hace años. Por no hablar de cuando trasciendes a la melodía de tus canciones favoritas y te centras en analizar el significado de sus letras. Siempre redescubres algo. Y eso es lo que me ha pasado a mí.
Como decía, después de dos años, me picó la curiosidad y abrí mi archivo de cuentos pandémicos. En él me he encontrado verdaderas joyas. A parte de los cuentos personalizados que obedecen a un ejercicio a favor de mi cordura durante el encierro, también he encontrado artículos que escribí, los que casi no recordaba, que describen cómo estaba siendo mi experiencia vital en ese momento. ¡Menuda vorágine!
La verdad es que dejé de escribir esos artículos porque no quería seguir alimentando en mí la saturación pandémica y empecé a escribir otro tipo de cosas, que me distraían más y me hacían tomar distancia respecto al monotema.
Siempre he pensado que escribir cura. Cura la mente y el alma. Poner negro sobre blanco todo aquello que sientes y piensas es, a parte de un valiente ejercicio de sinceridad contigo mismo, una forma honesta de poner orden a tu caos interior. Al menos a mí me ha ayudado mucho a lo largo de mi vida.
El que me conoce sabe que siempre lo he recomendado como terapia porque es algo que lo aplico en mí y funciona.
Al principio del encierro, ante lo excepcional del momento que estábamos viviendo, todos mis pensamientos pivotaban alrededor de la idea de qué pasará cuando todo esto acabe. Era algo que pululaba continuamente por mi cabeza porque necesitaba aliviar de alguna forma la incertidumbre y la angustia que me estaba causando el momento.
Creo que todos estábamos en estado de shock. Cada uno en su planeta, pero todos íbamos dando palos de ciego porque ni medio veíamos lo que se nos venía encima. A toro pasado es muy fácil analizar. Y desde ahí, desde ese estado convulso, pensé que si yo lo estaba viviendo como lo viví, seguro que el resto de personas del mundo también estarían lidiando con su particular Odisea como buenamente pudieran.
Así surgió mi idea de escribir cuentos en esos meses. Pensé que me iría muy bien por simple salud mental y como vía de escape hacia una realidad que detestaba. Treinta y cinco cuentos. Treinta y cinco amables personas me dejaron entrar en sus azotadas vidas y me hicieron aprender mucho. Se prestaron a un “experimento creativo” que me ayudó mucho a diluir mi desasosiego.
Ahora, que los he releído, tanto los cuentos como los artículos, me doy cuenta de que el instinto de supervivencia y el de avanzar es innato en el hombre. Una vez más, la teoría se materializa pero en estos tiempos que corren, lo ha hecho a gran escala.
A muchas de las personas que se prestaron a responder mis preguntas para poder crear su cuento único e irrepetible las conozco y tengo contacto con ellas. Cada uno de nosotros hemos sacado, dos años después, nuestras propias conclusiones sobre el asunto.
Como supervivientes de uno de los mayores experimentos que ha atropellado a toda la humanidad, creo que hay cosas muy básicas en las que todos coincidimos. Por ejemplo, lo de imponer el distanciamiento social, ha sido brutal. Hizo mucho daño porque somos seres sociales por naturaleza y nos alimentamos de afectos. Hoy en día hay quién aún tiene secuelas.
La inoculación del miedo, del miedo a un bicho invisible y miedo a tus semejantes, nos ha convertido en seres desconfiados. Temerosos. Ha habido momentos muy duros dónde todos nos mirábamos con ojos de acusica por el simple hecho de ir sin mascarilla. O por salir a tirar la basura por la noche en pleno estado de alarma. O por dar dos vueltas de más paseando al perro… Ha sido horroroso. Va a ser difícil de olvidar que en esos momentos afloró una parte muy fea, poco respetuosa e insolidaria que todos teníamos escondida en algún rincón de nuestro ser. Cada uno que haga su propia lectura pero en mayor o menor medida debemos reconocer que, tanto miedo e incertidumbre, nos ha hecho comportarnos como auténticos lerdos. Ahora te puedes reunir, ahora no. Ahora grupos de seis, ahora máximo diez. Ahora puedes ir al Bar y cuando te sientas te quitas la mascarilla. Ahora te sueltan un rato pero solo hasta las diez de la noche y, en dos semanas, hasta las doce. Y hay un sinfín de ahoras tan incongruentes como absurdos que daría para escribir tres novelas.

En lo personal ha habido momentos en los me han dado ganas de decir eso de “¡Toc, toc! ¿Hay alguien en casa?” porque a veces las conversaciones no han tenido desperdicio. He vivido interacciones Kafkianas, más parecidas a un diálogo entre besugos que a una forma racional de llegar a alguna conclusión coherente sobre lo que estábamos viviendo. Y al principio me enfadaba mucho pero he aprendido a poner en práctica eso de entender que cada uno está en su propio proceso y que se explica el mundo a través de su propio prisma. Respeto, Eva, Respeto. Y a partir de ahí, dejando a un lado mi parte visceral, he aprendido a tolerar más y a juzgar menos.
Ahora me encuentro muy recuperada emocionalmente. Hace bastantes días, por suerte. Ver las cosas con perspectiva hace que te lo cuentes como una historieta del pasado en la que ya no estás tan implicada. Sólo (sólo) queda la lección. Mí ahora me está enseñando a relativizar y no darle cancha a mi Gremlin cabreao. Me ha costado porque mi naturaleza me define como un ser bastante temperamental. Pero en éste momento, desde la calma, es cuando me ha dado por revisar cosas.
Aquella tarde me reencontré con esos preciosos cuentos y artículos, éstos últimos más escritos desde el hígado que desde la razón. Pero ahí están. Todo forma parte de un todo. No hay luz sin oscuridad. No hay Paz sin haber bajado al infierno. Y como soy un ser aprendiente no me avergüenza mostrar mis resquicios, por si sirven de consuelo a alguien más.