DESPUÉS DE SIGLOS MASACRANDO BALLENAS, AHORA SE LAS VENERA

Uno de los mayores éxitos de las agrupaciones ecologistas fue el haber conseguido la prohibición de la caza de ballenas (Resolución de la Comisión Ballenera Internacional de 1986) junto con la adopción de medidas de control en todos los países del mundo (con la excepción de la “caza científica” de contados balleneros noruegos, islandeses y japoneses). Curiosamente, y a pesar de los ecologistas, fue el petróleo que un siglo antes evitó la sobre pesca que hacia 1850 había llevado al límite de su extinción a las colonias de cetáceos del Atlántico Norte y Pacífico boreal. En efecto, fue el reemplazo del queroseno más barato y con mayor poder lumínico lo que desterró definitivamente las lámparas que quemaban aceite de ballena.

Pero el amor o respeto por las ballenas que se expandió rápidamente y fue universalmente adoptado en la segunda mitad del siglo pasado tiene antecedentes muy antiguos entre las sociedades costeras del sudeste asiático y en especial en Vietnam.
Informa Juan Carlos Mirre

El culto religioso a las ballenas está documentado desde al menos hace dos siglos a lo largo de los 3.200 kilómetros de costa de Vietnam, donde se contabilizan cerca de mil santuarios. Todos ellos, grandes o pequeños albergan numerosos huesos de cetáceos que son visitados casi diariamente por los pescadores y sus familias llevando ofrendas de inciensos, flores o comida que se ofrecen a los restos de ballenas como ofrendas en pago de la protección frente a las adversidades del mar y la esperanza de una pesca fructífera.

El templo de Lang-Ong-Thuy-Tuóng data de 1805 y allí se veneran los restos de varias ballenas que se fueron varando en sus playas a lo largo de los años. Para esos pescadores vietnamitas, Ca-Ong, “el espíritu de las ballenas” lleva a los cetáceos a vararse en determinadas playas de la costa para su descanso final y alcanzar su descanso definitivo entre los humanos.

Recientes estudios realizados por biólogos y zoólogos sobre los restos óseos de esos templos han descubierto que junto con los restos de ballenas de esos lugares de culto hay también restos de delfines, marsopas, cachalotes y otros mamíferos marinos. Especialmente interesante resultó el hallazgo de huesos de dugongos, lo que permitió confirmar que su extinción en los mares del sudeste asiático ha sido muy reciente. Los dugongos o “vacas marinas” son similares a los manatíes del Caribe, otro mamífero marino que se alimenta de algas.

Las ballenas son también consideradas como entes sagrados protectores de la pesca por los pescadores en las costas de otros países del sudeste asiático y muy especialmente en Corea y Japón. En ambos se realizan festivales populares dos días al año que resumen varios siglos de tradición.

 

No podemos cerrar este breve artículo sin mencionar que la caza de ballenas fue una actividad económica puntera en las costas del Cantábrico y así se desprende de un documento de 1150 del rey Sancho VI de Navarra autorizando la construcción de depósitos portuarios en Bayona para almacenar productos de la pesca de los cetáceos. Hay también evidencias históricas de que esta actividad ya se extendía un siglo más tarde por las costas de Galicia, como tal como lo atestigua un Documento Real de Sancho IV de Castilla de 1288 confiando al Monasterio de Sobrado la colecta de los diezmos procedentes de los beneficios obtenidos de la pesca de ballenas en las costas de las rías de La Coruña y Ferrol.

Pero fue a partir de finales del siglo XV cuando la caza de ballenas cruzó el Atlántico, con evidencias de que los balleneros vascos se adentraban en el Atlántico Norte hasta Irlanda e Islandia para cazar ballenas, llegando a las costas de Terranova, Labrador y el Golfo de San Lorenzo en los mismos años en que Colón desembarcaba en las playas caribeñas… si no antes.

De hecho, hace pocos años se han descubierto varios restos de factorías vascas en la costa de Terranova donde se procesaba la grasa de ballena y envasaba en toneles para su exportación al continente europeo. Curiosamente, esos mismos toneles salían de Vizcaya llenos de sidra, una costumbre que salvó a los pescadores vascos del escorbuto (vitamina C).

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